Una crisis nuclear se ciernes sobre Japón. El país asiático vivió un auténtico desastre natural con el terremoto y posterior Tsunami que arrasó con todo lo que encontró por delante. Dentro de esos obstáculos que el crecido mar superó en su camino hacia la destrucción estaba la central nuclear de Fukushima, que casi 10 días después del desastre emite radiación y amenaza con provocar un accidente de consecuencias semejantes a las de Chernóbil.
Ante esta situación, el debate acerca de si se debe seguir apostando por las centrales nucleares está más que abierto. Su riesgo es lo suficientemente potencial y destructivo como para que se limitara seriamente su uso hasta su desaparición. La poca frecuencia de accidentes no es contrario a su fragilidad ante la naturaleza, tan imprevisible. Incluso ante la amenaza del terrorismo, que podría tener en las centrales un objetivo tentador.
La apuesta por esta fuente de energía es parte del empeño del ser humano en dominar su medio, en controlar lo incontrolable y en ir siempre más allá, hasta límites que pueden ser peligrosos. Con Fukushima de fondo, son varias las potencias que han decidido revisar sus centrales, empezando por Estados Unidos. Alemania ha ido incluso más allá y ha cerrado las más antiguas.
En España, son seis las centrales nucleares repartidas por nuestra geografía y también ha sido anunciada una revisión exhaustiva de sus instalaciones. Que España no es dada a desastres naturales lo sabemos todos, pero también sabemos que el riesgo está ahí y su poca probabilidad no compensa sus posibles consecuencias. Menos en un entorno tan favorable para las fuentes de energía renovables como la eólica o la solar.
Juan Pablo Merchán Ruiz
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