Una nueva era se está gestando en el norte de África. La caída de Ben Ali en Túnez el pasado mes de enero y las manifestaciones en Egipto para derrocar a Mubarak son el signo inequívoco de que el momento de los hijos de la descolonización ha pasado. Una nueva generación de jóvenes se ha revelado ante la parsimonia de unos gobiernos que hace tiempo decidieron no avanzar más en el camino del progreso humano en beneficio de su poder.
El levantamiento de Túnez y el proceso de transición que parece va a tomar Egipto, con todos los partidos de la oposición, es la victoria de una generación que, como pasó hace décadas en Europa y parece vuelve a repetirse hoy en día en el viejo continente como en África, estaba harta de ver su futuro negro y con las manos atadas para darle luz.
Los países occidentales miran ahora hacia el Magreb y el Nilo preguntándose cuál es la nueva fase. Cualquier cosa que no sea un claro avance en las libertades de los ciudadanos en todos los países de la zona debe entenderse como un fracaso. Es una oportunidad única para el cambio y debe ponerse el máximo empeño para ello. Siempre pacíficamente, occidente debe ayudar a los procesos de democratización de cada país.
Esa colaboración de las potencias ayudaría también a alejar al islamismo más extremista del poder. No se debe perder de vista, por tanto, una corriente ideológica cuyo discurso puede resultar especialmente atrayente cuando son tiempos de ruido y confusión, y la incertidumbre invade al ciudadano. Una
democratización del norte de África alejada de los tabúes religiosos, sea cual sea la fe, debe ser el objetivo.
Juan Pablo Merchán Ruiz
democratización del norte de África alejada de los tabúes religiosos, sea cual sea la fe, debe ser el objetivo.
Juan Pablo Merchán Ruiz
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